Más de la mitad de la población del país sufre sobrepeso. Una dieta abundante en calorías, pero pobre en nutrientes refleja la desigualdad creciente entre precios, ingresos y salud. Una mirada a la mesa de los argentinos en la nota de la semana de Revista Acción.
Por María Carolina Stegman

Comer saludablemente se está convirtiendo en un privilegio para pocos. En un contexto de precios que superan ampliamente a los ingresos, las familias más vulnerables se ven compelidas a optar por alimentos más económicos y con menor valor nutricional.
Así lo demuestra la información surgida del XXIII Congreso Argentino de Nutrición celebrado recientemente: 26 millones de argentinos y argentinas presentan sobrepeso u obesidad, al calor de dietas poco diversas e insuficientes, sobre todo en sectores con pocos recursos.
Acción consultó a especialistas para saber qué variables juegan en este fenómeno que es la antesala de una enorme carga de enfermedades no transmisibles en el futuro.
Para Sergio Britos, nutricionista y coordinador del informe «Sistema alimentario en la Argentina: seguridad alimentaria, dietas saludables y salud ambiental», en las últimas décadas se consolidó un patrón alimentario que combina exceso de calorías con déficit de nutrientes esenciales y de alimentos clave en la dieta. «La mayoría de los argentinos realiza una dieta muy desequilibrada que conduce a múltiples deficiencias y a enfermedades crónicas, pero no se trata de una responsabilidad individual: forma parte de un sistema alimentario que no tiene como objetivo explícito producir suficientes dietas saludables, acompañado de una economía que limita el acceso a las mismas».
De acuerdo con el «Informe sobre Malnutrición en Niños, Niñas y Adolescentes de los barrios populares de la Ciudad», llevado adelante por la Universidad Popular Barrios de Pie, el 81% de los hogares tuvo un menor consumo de proteínas que en 2023, y el 76% aumentó el consumo de hidratos de carbono.
Ultraprocesados
«Lo que creo que pasó es que cambió el perfil de alimentación de la población, hay un predominio de los azúcares, de ultraprocesados, cuando en realidad deberíamos tener mayor proporción de consumo de frutas y verduras, hortalizas. Por otra parte –dice Enrique Abeyá Gilardón, médico pediatra y sanitarista–, la publicidad no está puesta en alimentos saludables, no se publicitan frutas y verduras y el Estado tampoco promociona su consumo. Hoy, la malnutrición en los barrios carenciados es muy importante, sobre todo porque la comida que tiene alta densidad energética es más barata, lo que contribuye al sobrepeso y obesidad», detalla Gilardón, quien participó de la elaboración y presentación del informe sobre malnutrición en la infancia.
El relevamiento, realizado en el segundo semestre de 2024, también evidenció que el 71% de los hogares tuvo menor consumo de alimentos en general, el 89% tuvo menor consumo de frutas y el 87% un menor consumo de lácteos. Otro dato preocupante es que la malnutrición llega al 54,2% en CABA, junto con altos niveles de obesidad (28,7%) y de sobrepeso (23,1%). Entre los lactantes (0 a 2 años), el 22,2% presenta malnutrición total y un 9,1% tiene baja talla.
En la adolescencia, persisten las dietas escasas en vegetales, frutas y lácteos y excesos de harinas refinadas, panificados y alimentos ocasionales, y en los adultos, se manifiestan altos niveles de obesidad y enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión arterial y cardiovasculares.
Problemas de distribución
Es claro que el flagelo de la obesidad y el sobrepeso no es patrimonio exclusivo de la Argentina. Unicef publicó hace pocos días un nuevo informe donde advierte que la obesidad se ha convertido en lo que va de 2025 en la forma más predominante de malnutrición, por encima incluso del bajo peso. Tal es así que esta condición afecta a 188 millones de niños y niñas en edad escolar y adolescentes en todo el mundo.
De acuerdo con las conclusiones del Congreso de Nutrición, comer saludablemente es más costoso: de hecho, comprar 100 calorías de alimentos saludables –como frutas, verduras o lácteos– cuesta hasta siete veces más que obtener las mismas calorías en base a panificados o harinas, y tres veces más que alimentos de bajo valor nutricional.
Para la nutricionista Miryam Gorban, referente de la Red de Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria y Colectivos Afines, «hoy no podemos garantizar en la Argentina soberanía alimentaria porque hay dos aspectos que hay que tener en cuenta: la inflación y la propiedad de la tierra. Las tierras están en pocas manos, y son de alto valor, esto condiciona el costo de los alimentos, además de las distancias entre la producción y el consumo, que es costosa porque se cubre por ruta y no por ferrocarril. A su vez, tenemos un modelo productivo hegemónico, al igual que el económico. Habría que producir y consumir en cercanía, apuntar a que las ciudades estén rodeadas de chacras y de quintas que las autoabastezcan para lograr la autosuficiencia alimentaria y además controlar precios y evitar la especulación».
Fuera de la agenda gubernamental y en un contexto de retroceso de programas como la Prestación Alimentar o el ProHuerta, altamente valorados, no se avizora un horizonte auspicioso. Mientras tanto, gran parte de la población argentina se aboca a la difícil tarea de poner un plato en su mesa, y en muchas ocasiones se conforma con lo que puede, aun a costa de la propia salud.
